La política, los gadgets, la cultura, y a veces la visión incorrecta de Gerardo Romero Vargas

sábado, 4 de junio de 2011

La Conjura de Los Necios...



La conjura de los necios fue publicada once años después de que su autor, John Kennedy Toole, conectara una manguera desde el tubo de escape a la ventanilla de su auto, en un paraje solitario de Biloxi, Mississippi, en 1969. 

La obra aún vive. Se ha convertido en un clásico de culto de la literatura norteamericana. Su protagonista, Ignatius Jacques Reilly, es uno de esos entrañables personajes que, a despecho de la excentricidad, el absurdo y la provocación, termina imponiéndose sobre la realidad. Treintañero adiposo y medievalista obseso, holgazán emérito, masturbador goloso, hipocondríaco crónico, pesimista confeso, renegado católico, zahorí terco y pedorro eximio, Reilly pasa sus horas en compañía de mamá viendo las aventuras del oso Yogui en la televisión, admirando la férrea moral de Batman y escribiendo unas notas dispersas a las que llama “cuadernos Gran Jefe”: una gran invectiva contra el mundo contemporáneo, la democracia norteamericana y “la causa del Clearasil”. Pero un evento desafortunado lo obliga a salir de casa y enfrentar la tragedia más urgente e inevitable del hombre moderno: conseguir trabajo. Una oferta laboral en un diario reclama un “hombre limpio, muy trabajador, de fiar, callado”, a lo que Ignatius vocifera: “¡Santo Dios! ¿Pero qué clase de monstruo quieren?”. En adelante, el mundo de Nueva Orleans cobrará vida a través de los sucesivos intentos de Ignatius por ganarse unos dólares; un mundo donde no se sabe claramente quién es el genio y quién el tonto.

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